
El faro de Finisterre, el segundo lugar más visitado de Galicia
Hubo una época en la que la Tierra era el centro del universo y en vez de circular era plana. Por aquel entonces el abismo tenía nombre y apellidos y se encontraba en la provincia de La Coruña en la mágica Galicia: Finisterre, el fin de la tierra. Los más intrépidos se sumergían en las aguas del Atlántico para convertirse en la leyenda viva de unos afilados acantilados llenos de esquelas. La Costa da Morte se sumía en las tinieblas y para restablecer la luz se edificó un faro con el que guiar las perdidas almas de los pescadores.
El edificio que hoy contemplamos es del año 1868, está situado en lo alto de una colina y, tras la Catedral de Santiago de Compostela, es el segundo lugar más visitado de Galicia. El ojo nocturno de Finisterre tiene planta rectangular, es de piedra, consta de dos pisos a los que se le suma un tercero en la fachada y tiene una torre octogonal de 17 metros de altura.
Aquí nos encontramos con un alojamiento único con el cual tener la oportunidad de despertarnos en el confín de la tierra. Se llama O Semáforo y por el precio que oscila entre los 50 y 60 euros dispondremos de una habitación individual. El paisaje que se esconde a sus espaldas bien lo merece.

El faro de Finisterre se encuentra a 143 metros sobre el nivel del mar en la Costa da Morte
El emplazamiento del faro es de película y, quizás por ello, muy cerca de allí es donde la leyenda coloca la losa del ara solis en la época de los romanos. Era un altar donde se realizaban ceremonias para mitigar el miedo que les causaban los supuestos monstruos responsables de comerse el sol en cada atardecer. Se dice también que Santiago Apóstol, al llegar a la Playa de Cabanas, en los pies del Cabo de Finisterre, destruyó el ara solis arrojándolo al mar.
El faro de Finisterre se ha convertido en un anexo al Camino de Santiago. Si bien el desvío suponen 3 o 4 jornadas más para las fatigadas piernas del peregrino, las hermosas vistas son un bálsamo suficiente para mitigar el esfuerzo. No obstante, la peregrinación a Finisterre ya existía con anterioridad al cristianismo. Sus paganos siervos eran los romanos y los celtas y se acercaban para rendir pleitesia a este lugar sagrado. Esto nos lleva a hablaros de uno de sus ritos ancestrales: quemar nuestro calzado al llegar allí. Una pequeña escultura con forma de bota nos lo recordará.
Mi consejo para visitar el faro sería hacerlo a la tarde para después esperar a ver el atardecer. Disponemos de una vista panorámica sin igual, a 143 metros sobre el nivel del mar y con la música del oleaje acompasando nuestra arritmia rutinaria. Las rocas producen vértigo si les miramos los dientes y, sin embargo, la dulzura del Atlántico cuando está en calma nos transportará a la más absoluta tranquilidad.

Los atardeceres en lo alto del faro de Finisterre son espectaculares
Costará dejar la montaña y si su influencia nos impide alejarnos, os debo poner sobre aviso en caso de que queráis pasar la noche allí. Si por un casual aparece la niebla, el sonido de la sirena del faro será ensordecedor, tanto que habremos deseado no estar allí.
El acceso en coche hasta el faro es sencillo. Para llegar a él debemos alcanzar el pueblo de Fisterra, a unos 2 kilómetros de distancia, y de ahí tomar la carretera que serpentea la colina. Hay mucho turista y en alguna ocasión el vehículo deberemos dejarlo en una cuneta, como si fuéramos a presencia una etapa pirenaica del Tour de Francia.
Fotografías | Expertos en el Camino y Turismo Finisterre
A vista de pájaro | Google Maps