
Los primeros instantes tras el salto en paracaídas son los más impresionantes
Locuras las hacemos todos los días, desde hipotecarnos 40 años en una vivienda que no llegaremos a pagar entera, hasta gastarnos 60, 70 o 100 euros en una noche desenfrenada. Os proponemos otro giro de tuerca a vuestra cabeza, en una actividad igual de arriesgada pero que la recordaremos el resto de nuestros días: salto en paracaídas.
Cuando te estás colocando el buzo y los arneses comienzan a apretar dejando firme la retaguardia como si de un sostén se tratara, empiezas a pensar en lo que acabas de firmar. Tampoco mucho, no os creáis, en ese momento estás en tierra firme y, desde la distancia, la visión de las nubes es todavía halagüeña. Hay gente que no, hay personas a tu alrededor que pasean haciendo círculos con la mirada puesta en el suelo, con una sonrisa fingida solapada entre sus acobardadas encías.
En ese instante te crees un ser superior, auspiciado por la adrenalina que asoma la cabeza con disimulo, la misma adrenalina que te impide estar triste y que tira de los extremos de los labios hasta convertirte en un Joker sin maquillaje. Ver por primera vez la avioneta, subirte a ella, colocarte delante de tu instructor y escuchar el rugir de su constipado motor. Es un puñetazo seco, directo a la barbilla, que te despierta del sueño. Es real, vas a ascender hasta los 10.000, 12.000 o 15.000 pies y vas a dejar que te tiren al vacío. Lo peor de todo: que has pagado por ello; lo mejor de todo: seguid leyendo.

Ver los montes, lagos o mares en caída libre es una experiencia inigualable
La literatura sobrevuela las alas de hojalata que sirven de plumaje para un pobre pájaro de acero que no estás seguro de si aguantará el vuelo. En el suelo, las minúsculas ruedas tropiezan con cada bache y tus posaderas los sienten tan profundos como cualquier inyección. Os hablaba de la literatura, de los escritores noveles que se han subido por decisión propia y encuentran en los versos su escapatoria. Sus caras, ahora que me giro para mirar atrás, son todo un poema, una composición histriónica que exagera sus facciones o directamente las apabulla palideciendo su rostro.
El avión es de papel, y en caso de considerar a los aeroplanos de bajo coste aviones de papel, diría que es invisible, etéreo. Todo se mueve, como si estuviéramos montados encima del toro sentado en la feria de nuestro pueblo, como si retrocediéramos en el tiempo hasta la niñez, hasta el punto exacto en el que pretendíamos declarar nuestro amor por primera vez y el mundo temblaba. Ahí es cuando imaginas ser una almeja, que se abre poco a poco con el pus pus del hervor del caldo de pescado que te lleva a tiritar como unas castañuelas.

Las vistas de la costa haciendo skydive son impresionantes
Todo está relativamente controlado hasta haber sobrepasado las nubes y mirarles la nuca de reojo desde las alturas. Es sinónimo de cuenta atrás, donde el número 10 hace engancharte al instructor de salto con cientos de fijaciones y donde el número 3 abre la puerta de la avioneta, la misma que en ocasiones normales está señalada como salida de emergencia. Ahí es cuando te haces popó, de manera fluvial, obligado a colocar las piernas en el aire, en el exterior del pájaro mecánico. Ése es el número 2 de la cuenta atrás. Aún tenemos tiempo para, con horror, visualizar el 1, a cientos o incluso miles de metros de caída libre.
Lo que vemos no es una fotografía tomada por Google Maps. Lo parece pero no lo es. Nuestras manos se agarraban a las fijaciones desde el número 10, como cuando nos montamos a una montaña rusa y todavía no podemos soltar los brazos. Al escuchar el 0 en tu cabeza el mundo gira y tú giras con él. Varias veces. Todo transcurre en no más de 1 segundo, cuando el estómago centrifuga la colada del último mes y cuando los ojos ven tu final en una realidad aumentada. En 3D y sin necesidad de gafas.

Cuando se abre el paracaídas todo se calma
Puede parecer increíble, y de hecho lo es, pero al tercer o cuarto segundo vemos normal lo que no es. El miedo, por desconocimiento, da el relevo a la emoción, al goce, al disfrute de caer en picado a una velocidad superior a los 180 kilómetros por hora y no sentir vértigo, ni pánico. Desde allá arriba compruebas que la Tierra no es plana, que tus ojos no alcanzan a abarcar todo el mapa topográfico que se extiende delante tuya y que la sensación de volar no tiene precio. La vida son dos días y nuestra obligación es disfrutarla cada segundo.
Fotografías | Regalar Experiencias, VM Sachs, I Go y Jumps School