
Fotografía del exterior de la iglesia de San Pedro de Lovaina en Flandes, Bélgica
Más allá de las vidas humanas que desconectaron al romperse sus cuerpos en mil pedazos al caerse desde las alturas, más allá de compartir o no su ideología, más allá del despilfarro económico de estas faraónicas construcciones, qué duda cabe que los templos, sea cual sea su religión, albergan una fecunda belleza. Pasear por Lovaina, a ser posible con parsimonia a fin de no pasar por alto sus tesoros, es como caminar entre las aguas, como nadar subidos en un navío a través de abruptos fiordos como los de Milford Sound.
Anclados en la Grote Markt, escudriñando una brújula borracha de admiración que gira sus agujas ante el orfeón que tintinea la melodía del gótico brabanzón, observamos acomplejados la iglesia de San Pedro. Es poesía en movimiento; es el haiku que paraliza ese movimiento y lo devuelve a su estado natural: a su impávida piedra. Bajo su embrujo, hallaremos un grabado que nos relata su gran secreto, el hecho de atesorar el título de Iglesia Magistral con el que se demostraba que todos sus sacerdotes eran doctores en teología.

Imagen del interior de la iglesia de San Pedro de Lovaina, Bélgica
Bélgica es una fuente inagotable de perlados edificios, a cada cual más risueño, más vanguardista o esbelto. Este santuario, con forma de cruz latina si tuviéramos el atrevimiento de levantar sus vergüenzas, fue construido en el siglo XV. Como no podría ser de otra manera, éste no fue el primero. Hubo en su día uno de madera, que ardería en el siglo XII como un Miércoles de Ceniza, fiel a una abstinencia que le hubiera valido para salvarse de la quema. La iglesia pronto encontraría sustituta, y lo haría con otra interina de armas tomar. Vestía de románico y fue cortejada por dos torres redondas, aunque ese hecho no le valdría para evitar acabar diluyéndose como un péndulo de hielo. De su legado, apenas sobrevive parte de su aislada cripta.
La iglesia de San Pedro que hoy adulamos corresponde a las obras que comenzaron en el primer cuarto del siglo XV, coincidiendo en el tiempo con otro proyecto de mayor envergadura si cabe: el Ayuntamiento de Lovaina, la obra de arte de Flandes. Sus enarcados ventanales puntean el cielo y se resguardan bajo el repique de cada gárgola que desafía las leyes de la gravedad. Éstas otean el horizonte desde las alturas de Grote Markt, la plaza principal en donde aunaremos fuerzas, sentados mientras disfrutamos del sabor de un típico gofre de chocolate, para proseguir con nuestro recorrido por Lovaina.

El conocido como 'jacquemart' se encarga de hacer sonar periódicamente la campana de la iglesia de San Pedro de Lovaina
Esta iglesia, por sí sola, junto con el Ayuntamiento de la urbe y su plaza central, bien merece nuestro viaje desde Bruselas para deambular por Lovaina unas horas. Yo disfruté mucho con su visita, ¿y vosotros? Estaremos encantados de escuchar vuestras opiniones.
Más información | Wikipedia
Fotografías | Xabier Villanueva, tomaszd y Spiffy0777
A vista de pájaro | Google Maps
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